En la entrada de hoy vamos a visitar el impresionante Castillo de Caracena, que de paso nos llevará a uno de los pueblos más cautivadores de la provincia de Soria. Si te gusta disfrutar de la naturaleza y el paisaje, eres aficionado a la fotografía o un amante de la historia, no te puedes perder la visita a este enclave que nos traslada por completo a la Edad Media.

El pueblo de Caracena

Caracena es una puerta al pasado, una villa de origen medieval a la que se accede a través de una sola carretera desde San Esteban de Gormaz o El Burgo de Osma. Se encuentra situada en la comarca de Tierra del Burgo, al suroeste de la provincia de Soria, entre las cumbres de la Sierra de Pela y Picos de Grado.

La villa se eleva más de 1.000 metros sobre el nivel de mar en medio de un macizo calcáreo, flanqueada por tres barrancos: el de las Gargantas, el de los Pilones, y el Cañón del Caracena. El paisaje como puedes imaginar es sobrecogedor, bello y austero, pero además el pueblo cuenta con un rico patrimonio monumental que lo convierte en visita obligada.

El Castillo de Caracena

El Castillo de Caracena  es una de las fortalezas medievales mejor conservadas y más importantes de Soria. Su construcción se llevó a cabo en dos fases distintas y se cree que la primera comenzó antes del siglo XII, ya que en esa época tenemos las primeras noticias del mismo debido a una disputa entre los obispos de Osma y Sigüenza.

En el siglo XV es tomado por el señor de Caracena, Francisco de Tovar y por don Pedro de Acuña, quienes deciden proceder a su demolición. En 1491 el obispo Alfonso Carrillo de Acuña obtiene el señorío de la comarca, por lo que posiblemente en esos años el castillo fue reconstruido y ubicado en su posición actual. Hoy en día pueden observarse los restos de la muralla original, que recorre el alto entre impresionantes barrancos y sirve de base para la torre del homenaje y la sección norte de muro.

Una fortaleza inexpugnable

El castillo de Caracena tiene doble recinto con foso y una entrada esquinada en forma de zigzag muy bien protegida. El recinto interior tiene planta rectangular, con la torre del homenaje situada en la esquina sureste, mientras que el exterior cuenta con diez cubos huecos para la artillería, dos de las cuales flanquean la entrada en vez de mirar al frente para dificultar el acceso.

Esta adición de cubos para la dotación de artillería refleja a la perfección el cambio en las pautas constructivas de la época, motivadas por la proliferación de las armas de fuego. En este sentido, las superficies esféricas proporcionaban una mejor protección frente a los impactos de proyectil que las líneas rectas y estaban diseñadas tanto para repeler a los atacantes como para defender el recinto interior. Los muros castelares también tienen esta función y están salpicados de troneras para poder disparar desde ellos.